domingo, 25 de julio de 2010

LA IGLESIA CATÓLICA NO TIENE AUTORIDAD MORAL PARA PEDIR INDULTO
Resulta vergonzosa la intervención política que están haciendo las altas jerarquías de la Iglesia Católica en Chile, intentando conseguir un indulto presidencial para criminales de lesa humanidad con motivo de la conmemoración del Bicentenario.
A los criminales que abusaron del poder político y militar, que degollaron, que quemaron, que violaron, que torturaron, que gozaron aplicando electricidad en los genitales, que hicieron desaparecer a tantos chilenos y chilenas, que se apropiaron de los bienes de muchas gente, amparados por un gobierno de facto y haciendo uso de los recursos del Estado, no se les puede indultar. Actuaron con la prepotencia y la seguridad que les brindaba el miedo de los indefensos. Son criminales feroces, deshumanizados. Deben cumplir hasta el último día sus condenas.
La Iglesia Católica no es quien para arrogarse el poder de influir en las decisiones de un gobierno laico. La Iglesia Católica debería estar preocupada de resolver los múltiples problemas de descomposición interna que hoy le afectan y que sí son motivo de vergüenza en Chile y en todos los rincones del mundo donde se ha instalado.
La Iglesia Católica debería responder por los crímenes del P. Juan Ginés de Sepúlveda, quien trató a los indígenas americanos de “bestias con voz humana sobre las cuales los cristianos podían actuar libremente”; por los crímenes del P. Diego de Landa, quien hizo quemar las bibliotecas de la civilización maya “porque contenían cosas del demonio”; por los crímenes y abusos del monje Johann Tetzel, cuyo nombre está en la historia asociado a la escandalosa “venta de indulgencias”. La Iglesia Católica debería responder por los crímenes, torturas y atropellos a la dignidad humana cometidos por el Tribunal del Santo Oficio o Tribual de la Inquisición, desde el año 1.220 cuando el Papa Honorio III lo fundara y que hoy sigue existiendo con el pomposo nombre de Congregación para la Doctrina de la Fe. La Iglesia Católica debería responder por el silencio-cómplice del Papa Pío XII ante los crímenes y el holocausto de judíos, gitanos, homosexuales y transexuales durante la Segunda Guerra Mundial.
Todo esto entre muchas, muchas otras “faltas” cometidas en nombre de Dios por la Santa Iglesia Católica.
Cómo me gustaría vivir hoy la Iglesia de Martín Lutero, la del Padre Pío, o la de nuestro Padre Hurtado. Vivir esa grande y humanitaria Iglesia del Cardenal Raúl Silva Henríquez, y no esta de medallitas de aluminio y policromadas estampitas con las que pretenden seguir dominándonos.

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