sábado, 27 de marzo de 2010

DOÑA MARIA SOTO Y SUS DELICIOSAS TORTILLAS AL RESCOLDO



“Cuando la tortilla vio aquellas bocas abiertas y aquellos ojos que la miraban con tanta hambre, se asustó muchísimo. ¡No quería que se la comieran!
Cuando la mamá abrió la puerta del horno, la tortilla dio un gran salto, rodó hasta la puerta y salió corriendo a la calle lo más rápido que pudo…” y corrió, corrió y corrió, como sigue corriendo en nuestra memoria este bello cuento anónimo, que alguna vez, en una humilde salita de escuela nos hizo imaginar una deliciosa y calentita tortilla al rescoldo con mantequilla, así como acostumbraba a hacerla mi abuela Cleme.
Han pasado los años, la modernidad ha invadido todos los rincones de la tierra, pero hay manifestaciones de nuestra cultura ancestral que se niegan a morir. Y hay cultores que a pesar de las dificultades y del mucho trabajo que significa mantener estas tradiciones lo siguen haciendo, porque aman la vida, la naturaleza y las cosas esenciales que conservan desde siglos.



Hace algunos días llegamos hasta el corazón de la montaña, en el sector de Bullileo, allí donde el agua baja cantarina y el boldo y el canelo, junto al arrayán y al peumo se entrelazan con enredaderas de copihues y boqui. En medio de ese paisaje idílico encontramos a doña María Soto y su esposo don Fidel Albornoz. El nido está casi vacío, los hijos repartidos por el mundo (Francia, España, Argentina y en otros rincones de Chile). Allí, al interior de ese cálido hogar campesino revivimos una de las experiencias más maravillosas, que desde la lejana infancia nos viene acompañando. Aunque es parte de la fuente de ingresos de aquellos amigos, esa tarde la señora María nos quiso deleitar preparándonos una crujiente y deliciosa tortilla al rescoldo.
En cosa de minutos los ingredientes estaban amalgamados, mientras en el fogón ardían los troncos de litre calentando el rescoldo. Cuando ya estuvo todo listo, la masa tomó forma y entró misteriosa en la cama de ardiente ceniza. Veinte minutos bastaron para que tuviéramos en la mesa una exquisita tortilla al rescoldo. Así como aquella tortilla del cuento, ésta fue devorada por quienes a esa hora nos reunimos allí en torno al mate y a la amena conversación de entierros, apariciones y “cosas del malulo”.
Una vez por semana doña María y don Fidel bajan al pueblo cargando unas treinta tortillas que han de satisfacer la demanda de otros tantos clientes que esperan ansiosos la llegada de este pan de receta centenaria y muy difícil de reemplazar.



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