sábado, 27 de marzo de 2010

EL LUSTRA BOTAS



En el afán de rescatar el máximo de manifestaciones de nuestra cultura vernácula, revista Hatuey incorpora a partir de la presente edición este espacio destinado a mostrar a aquellos personajes que dan vida a la ciudad, pero que de tenerlos tan cerca, ya casi no nos damos cuenta que viven y están con nosotros, que son parte del paisaje urbano y que están llenos de historias, aventuras y fantasías.

El oficio de lustrabotas se practica en todas partes del mundo. Su origen se pierde en la maraña de la historia de los pueblos. Pero en Chillán tenemos unos cuantos representantes de esta pintoresca actividad. Algunos en la Plaza de Armas y otros en el sector del Mercado.

Hasta una de sus diagonales llegamos una mañana de marzo. Por allí nos encontramos con “el Churrito”, un personaje querido y respetado por todos quienes por décadas han hecho del Mercado su fuente laboral, de abastecimiento y de recreación. Después del reponedor caldillo con un huevito caído donde “El Chico Ernesto” o de la malta con harina, donde “Don Arturo”, hay que pasar donde “el Churrito” para que le saque el brillo que corresponde al calzado.

Según pudimos averiguar, Jorge Yáñez –sí, igual que el folclorista- lleva más de 40 años dedicado al oficio de lustrabotas. En el último tiempo se le ve acompañado de una preciosa gatita, que no se despega del lustrín, y cuando duerme lo hace sobre los paños para sacar brillo. Su apodo es herencia dejada de su padre, quien también fue un laborioso hombre de la Feria.
En su época de juventud “el Churrito” fue famoso por su gran habilidad como “cargador de cuna”. Era el mejor cargador de repollos, lechugas y verduras en general, en “cunas” que pesaban entre 40 y 50 kilos cada una.




EL COCHAYUYERO



Otro personaje que a diario se le ve recorriendo los diferentes barrios y calles de la ciudad es el cochayuyero, quien a lomo de una mula o un macho recorre pueblos y ciudades ofreciendo su deliciosa, nutritiva y sabrosa carga de cochayuyo, negro o rubio, según el gusto de la clientela. También suelen ofrecer abrigadoras frazadas, calcetas y guantes de lana de oveja, tejidas por las laboriosas y gastadas manos de sus mujeres.
Hace algunos días, mientras transitaba en pleno centro de la ciudad, me encontré con uno de estos personajes. De inmediato pensé en el charquicán del próximo invierno, así que no vacilé en comprarle unas cuantas trolas. Y de pasadita entablar una breve conversación.
Don José Suazo, oriundo de Pelluhue recoge por aquellas playas su producto. Su cargamento lo va distribuyendo por Chanco, Cauquenes y Parral. Luego prepara otra carga y la traslada hasta San Carlos en bus. Allí, en casa de unos amigos tiene encargado su “Palomo” con quien se dedica a recorrer San Carlos y Chillán hasta agotar su mercadería. Cada periplo por estas “tierras del interior” le ocupa unos dos meses, luego de los cuales regresa a la costa en busca de un nuevo cargamento.
Reconoce que cada día está más difícil el negocio por que la gente ya casi no consume cochayuyo. Prefieren los alimentos de la modernidad y además desconocen las recetas que usaban nuestras abuelas para cocinar esta rica alga marina, muy apetecida en otros países.
Con el cochayuyo, dice don José, se puede hacer charquicán, carbonada, ensalada, fritos y por último, se tuesta un poquito y queda como el más delicioso de los manjares. Las mamás antiguas solían pasarle un trocito de cochayuyo remojado a sus guagüitas cuando le estaban saliendo sus dientecitos. Mmmm, que tiempos aquellos!!!!!!

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