EL AFILADOR DE CUCHILLOS
La quietud de la tarde dominguera de pronto se ve interrumpida por el característico y melodioso sonido de un pito, que de inmediato trae a la memoria antiguos recuerdos de niño corriendo a la siga de personajes desconocidos, pero que significaban un mundo misterioso ante nuestros ojos de niños. La rueda, la polea, el esmeril y la pulidora siempre acapararon nuestra atención. Y nunca faltaron las dueñas de casa, las costureras y uso cuantos vecinos que le llamaban frenéticos para que regresara hasta el frontis de sus casas, donde le esperaban con tijeras, cuchillos y otras herramientas que requerían de buen filo.
El llamado del pito era la primera alerta, luego la mamá o la abuela que nos mandaba a decirle que esperara por que se requería de sus servicios. Y allí nos quedábamos como embobados, mirando a aquel hombre misterioso que cambiaba de posición su máquina y comenzaba a hacer su trabajo. El pedaleo incesante y la cuchilla o tijera que va y que viene, girando eternamente, eran un misterio para nuestros ojos de niño. Un dedo que pasa por el filo, y vuelta al esmeril, y nuevamente tantear el filo, eran toda una proeza que admirábamos, más aún cuando siempre se nos recomendaba no tomar ni jugar con los cuchillos, y la tijera con mucho cuidado, no te vayas a pinchar, un ojo, advertía la abuela.
Han pasado los años, muchos años desde que los vimos por primera vez, sin embargo, están aquí, igual que ayer, recorriendo periódicamente las poblaciones de la ciudad para llevar solución a muchas dueñas de casa. No se por qué extraña razón no nos preocupamos de ir a la ferretería y comprarnos una lima o una “piedra de sentar” para hacer nosotros mismo el trabajito aquel. Será que tal vez en nuestro fuero interno queremos mantener vivo y siempre con nosotros a estos personajes, que por 200 o 300 pesos nos resuelven el problemón de una cuchilla que no corta “ni la mantequilla caliente”.
En este intento por rescatar y perpetuar en la memoria colectiva a estos pintorescos personajes, hace algunos días abordamos a uno de ellos que recorría las calles de nuestro barrio. Su nombre, Eduardo Saavedra Mellado, con 61 años de edad y veinte en el oficio de afilador. Hace 15 años que está con nosotros en Chillán, es originario de Viña del Mar. Atraído “por el buen vino (aunque confiesa que hace mucho tiempo que no bebe una gota de alcohol), el clima y la belleza de las chillanejas”, sentó sus reales entre nosotros y desde el sector oriente baja a recorrer los distintos barrios de la ofreciendo sus servicios.
Confesó estar feliz de la vida porque ésta le ha dado muchas satisfacciones. A lo largo de sus años han sido muy variadas sus actividades. Fue dueño de una obra de ladrillos, vendedor viajero, administró centros de pool y hasta tuvo un camión calichero. Y como es un hombre muy inquieto, también fue dirigente vecinal.
sábado, 27 de marzo de 2010
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